martes, 2 de marzo de 2010

EL QUINTO BEATLE

Para muchos ingleses 1968 pasará a la historia por ser el año de consagración definitiva de un ídolo, el gran George Best. Y es que sobre las espaldas de este temible artillero el Manchester United le ganó la final de la copa de Europa al Benfica de Eusebio, sus 28 goles fueron fundamentales para que su equipo quedara campeón del torneo local, además fue elegido ese año como el mejor jugador del mundo. Tenía apenas 21 años y miles de pintas de cerveza por delante.

Fue el primero de los futbolistas en convertirse en una figura mediática y en un sex symbol, sus hazañas en la cancha son sólo comparables con sus hazañas en la cama y en el pub. “Me he gastado el noventa por ciento de mi dinero en mujeres y alcohol, el resto lo he despilfarrado”, es una de las tantas frases célebres que se le atribuyen. Tenía una lengua temible, los árbitros le tenían miedo y ni hablar del pánico que causaba en los defensas rivales. Era mucho más que un futbolista. “Best sobrevolaba los partidos, literalmente encarnaba la libertad futbolística mejor que nadie. Era la facilidad personificada. Era intocable. Era capaz de regatear a cinco, a seis jugadores y además era el rock”, estas palabras de Eric Cantoná remarcan también que Best fue un hijo de su tiempo, tuvo la consecuencia de pertenecer a una época de profundos cambios y renacimientos futbolísticos, artísticos, sociales. Hizo lo que quiso y cuando se le dio la gana. Fue el quinto Beatle y no era de Liverpool, al contrario, era del odiado circuito obrero y aún así todo el imperio se arrodilló ante él.


Nunca pudo jugar un mundial, tuvo la desgracia de pertenecer a un país que aunque vive con inusitada pasión el fútbol nunca ha podido reunir un onceno respetable a excepción de la participación en el mundial de España 82, Irlanda del norte nunca ha podido clasificarse. Best pagó caro eso y parte de su retiro prematuro del futbol de alta competición a los 26 años se lo debe al desganó que sintió saberse excluido del mundial.


Además, como le pasaba a las grandes estrellas del rock, Inglaterra lo estaba asfixiando. Cada vez se convertía en el ojo del huracán. Lo multaban porque llegaba borracho al entrenamiento, casi lo encarcelan por conducir ebrio y provocar riñas en los pubs. Llevaba las resacas a la cancha. Una vez le quitó el balón de las manos a un árbitro y lo sancionaron por cuatro semanas, al volver le hizo seis goles al Totenham pero ya había perdido la confianza de Matt Busby el todo poderoso técnico del Manchester United. Cuando supo que iba a ser suplente renunció al club. Al momento le llegaron ofertas de todos los grandes clubes de Europa pero Best quería relajarse y por eso aceptó irse al incipiente pero confortable fútbol norteamericano. En 1976 fichó para Los Ángeles Aztecs. En Nueva York desembarcaban Pelé y Beckenbauer para jugar en el Cosmos, los gringos trataban de hacer una liga a como diera lugar pero sus venas estaban bloqueadas. Esto no le importaba a Best, que marcaba goles como un desesperado pero bebía con igual o más intensidad. “Tenía una casa en la costa, pero para llegar a la playa había que pasar por un bar. Nunca llegué a ver el mar”. Éste, más que un quinto beatle, parecía un Rolling Stone.

En 1983 abandonaría por completo la actividad y volvería a Londres. Explotó como pudo su imagen de gamberro atractivo, en las tardes se iba a los pubs a tapiarse de whisky y a buscar camorra. Se zurraba con hooligans de 18 años y les partía la boca a todos. En la última etapa de su vida se divertía molestando a otro hijo de su época, el aséptico, inexpresivo y frío David Beckham, el anti Bad Boy por excelencia. De él decía: “No sabe disparar con la zurda, no sabe cabecear, no sabe entrar y no marca muchos goles. Por lo demás lo hace muy bien”.

Los años y los ríos de whisky le empezaron a pasar factura. El 25 de noviembre del 2005 y después de una larga batalla contra la cirrosis murió el gran ídolo del Manchester. Tenía 59 años. Fue fiel a su demonio, fue él quien marcó su destino. Con él a su lado gambetearon defensas y con él se sentaba en las mugrosas barras de los pubs. Nunca perdió la alegría de jugar pero tampoco perdió la alegría de beber ¿Quién lo puede hacer?

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