viernes, 12 de marzo de 2010

EL REFLEJO INVERTIDO


Era difícil pensar que Radamel Falcao García sería en tan poco tiempo ídolo del Porto. Si bien en algún momento fue el líder del peor River de la historia, su rendimiento y poder goleador en el torneo argentino no daba para la ilusión. Sin embargo ha sido tan estruendosa su primera temporada que ha logrado borrar la imagen del último gran ídolo del Dragao: Lisandro López.
La frialdad de los números lo dicen todo, 23 goles en 27 partidos. El niño de Santa Marta cumplió con el sueño de marcarle un gol al Arsenal. Al llegar a la Argentina a los quince años torció su destino. Colombia no es una tierra de goleadores, allá nacen defensas centrales y arqueros, por eso el país está viviendo una falcaomanía y más de un incauto se ha hecho hincha del Porto. Los colombianos le perdonan que no haya hecho sino tres goles en su selección, le perdonan todo porque en un año sin mundial sus goles en Europa hacen visible a un país carente de alegrías futbolísticas.

Su explosión hace notar también la incapacidad que tienen los mediocampistas de River Plate para generar jugadas de riesgo, no puede ser que éste sea el mismo delantero que tan sólo pudo marcar cuatro goles en el Clausura del 2009. Es el mismo jugador que tuvo que aguantar el desprecio de su propia hinchada, la que nunca coreó su nombre. La crisis de River ha afectado a sus hinchas en sus juicios de valor, no es posible que el Ogro Fabianni, en su segundo partido, ya fuera un ídolo porque había marcado un gol en Rosario y porque protegía el balón como sólo lo podía hacer Bochini. Coreaban su nombre a rabiar e incluso Radamel tuvo que ser su suplente. Al final de la temporada sobrevino la decepción y no se hizo efectiva la opción de compra, fue la misma crisis de valores que catapultó a un mediocre defensa central como Nelson Rivas a la estratosfera de genio sólo porque en un clásico de verano contra Boca le puso los taches a Martín Palermo.
Es impresentable que la hinchada nunca haya coreado el nombre de Falcao, ni siquiera la noche en que él solo demolió a Botafogo convirtiendo tres goles y reviviendo a un River que estaba absolutamente eliminado de la Suramericana. La hinchada quedó estancada en el tiempo pensando en las glorias pasadas de Ortega y Gallardo, negándose a ver que en Falcao no sólo encontrarían a un goleador sino a un ídolo.

Es triste para la hinchada de River que hasta ahora se de cuenta qué clase de jugador era Radamel Falcao García. Ojalá que en diez años no estén pensando en repatriarlo cuando sus rodillas estén rotas y su caudal futbolístico se haya secado, ojalá que en una década River se vuelva a nutrir de la riqueza de su cantera, la misma que le ha dado al mundo decenas de cracks.

martes, 2 de marzo de 2010

EL QUINTO BEATLE

Para muchos ingleses 1968 pasará a la historia por ser el año de consagración definitiva de un ídolo, el gran George Best. Y es que sobre las espaldas de este temible artillero el Manchester United le ganó la final de la copa de Europa al Benfica de Eusebio, sus 28 goles fueron fundamentales para que su equipo quedara campeón del torneo local, además fue elegido ese año como el mejor jugador del mundo. Tenía apenas 21 años y miles de pintas de cerveza por delante.

Fue el primero de los futbolistas en convertirse en una figura mediática y en un sex symbol, sus hazañas en la cancha son sólo comparables con sus hazañas en la cama y en el pub. “Me he gastado el noventa por ciento de mi dinero en mujeres y alcohol, el resto lo he despilfarrado”, es una de las tantas frases célebres que se le atribuyen. Tenía una lengua temible, los árbitros le tenían miedo y ni hablar del pánico que causaba en los defensas rivales. Era mucho más que un futbolista. “Best sobrevolaba los partidos, literalmente encarnaba la libertad futbolística mejor que nadie. Era la facilidad personificada. Era intocable. Era capaz de regatear a cinco, a seis jugadores y además era el rock”, estas palabras de Eric Cantoná remarcan también que Best fue un hijo de su tiempo, tuvo la consecuencia de pertenecer a una época de profundos cambios y renacimientos futbolísticos, artísticos, sociales. Hizo lo que quiso y cuando se le dio la gana. Fue el quinto Beatle y no era de Liverpool, al contrario, era del odiado circuito obrero y aún así todo el imperio se arrodilló ante él.


Nunca pudo jugar un mundial, tuvo la desgracia de pertenecer a un país que aunque vive con inusitada pasión el fútbol nunca ha podido reunir un onceno respetable a excepción de la participación en el mundial de España 82, Irlanda del norte nunca ha podido clasificarse. Best pagó caro eso y parte de su retiro prematuro del futbol de alta competición a los 26 años se lo debe al desganó que sintió saberse excluido del mundial.


Además, como le pasaba a las grandes estrellas del rock, Inglaterra lo estaba asfixiando. Cada vez se convertía en el ojo del huracán. Lo multaban porque llegaba borracho al entrenamiento, casi lo encarcelan por conducir ebrio y provocar riñas en los pubs. Llevaba las resacas a la cancha. Una vez le quitó el balón de las manos a un árbitro y lo sancionaron por cuatro semanas, al volver le hizo seis goles al Totenham pero ya había perdido la confianza de Matt Busby el todo poderoso técnico del Manchester United. Cuando supo que iba a ser suplente renunció al club. Al momento le llegaron ofertas de todos los grandes clubes de Europa pero Best quería relajarse y por eso aceptó irse al incipiente pero confortable fútbol norteamericano. En 1976 fichó para Los Ángeles Aztecs. En Nueva York desembarcaban Pelé y Beckenbauer para jugar en el Cosmos, los gringos trataban de hacer una liga a como diera lugar pero sus venas estaban bloqueadas. Esto no le importaba a Best, que marcaba goles como un desesperado pero bebía con igual o más intensidad. “Tenía una casa en la costa, pero para llegar a la playa había que pasar por un bar. Nunca llegué a ver el mar”. Éste, más que un quinto beatle, parecía un Rolling Stone.

En 1983 abandonaría por completo la actividad y volvería a Londres. Explotó como pudo su imagen de gamberro atractivo, en las tardes se iba a los pubs a tapiarse de whisky y a buscar camorra. Se zurraba con hooligans de 18 años y les partía la boca a todos. En la última etapa de su vida se divertía molestando a otro hijo de su época, el aséptico, inexpresivo y frío David Beckham, el anti Bad Boy por excelencia. De él decía: “No sabe disparar con la zurda, no sabe cabecear, no sabe entrar y no marca muchos goles. Por lo demás lo hace muy bien”.

Los años y los ríos de whisky le empezaron a pasar factura. El 25 de noviembre del 2005 y después de una larga batalla contra la cirrosis murió el gran ídolo del Manchester. Tenía 59 años. Fue fiel a su demonio, fue él quien marcó su destino. Con él a su lado gambetearon defensas y con él se sentaba en las mugrosas barras de los pubs. Nunca perdió la alegría de jugar pero tampoco perdió la alegría de beber ¿Quién lo puede hacer?
lunes, 1 de marzo de 2010

EL DIA EN QUE ALEMANIA COMENZÓ A SER UNA POTENCIA FUTBOLÍSTICA

Una mujer rubia se prepara para el amor, va hasta la cocina y prepara un brandy caliente, olvida cerrar la llave del gas de su estufa, enciende la radio y se acuesta con su marido. El locutor narra un partido de fútbol, un jugador dispara a meta y es gol, el marido enciende un cigarrillo y la casa explota, lo único que se escucha además de las llamas es la voz enardecida del locutor diciendo que Alemania es campeón del mundo.


Éste es el final de una de las grandes películas alemanas de todos lo tiempos: El matrimonio de Maria Braun, película donde su malogrado director Rainer Werner Fassbinder quería hacer una semblanza de lo terrible que fueron los años posteriores al hundimiento del Tercer Reich; y si cierra su relato de esa forma es porque ese gol de Rahn revivió el orgullo que el pueblo alemán había perdido por los horrores que se había permitido. A partir de ese momento Alemania comenzó a renacer.


No sólo significaba ganar una copa del mundo sino que se había vencido al mejor equipo de todos los tiempos. Hoy en día puede sonar muy raro pero la selección de Hungría fue el soberano absoluto del fútbol mundial entre los años 1951 y 1954. En ese lapso mantuvo un invicto de 31 partidos internaciones, invicto que le arrebató Alemania en plena final de la copa del mundo. En 1952, el Aranycsapat (que significa “Equipo de oro”), como era conocido en su país, ganó la medalla de oro en los juegos olímpicos derrotando a Yugoslavia y aplastando al resto de sus rivales. Era una selección que ganaba con contundencia y un despliege físico inusitado en esa época. Tenía una temible delantera liderada por Ferenz Puskas un comandante del ejército con un inusitado talento. Cuesta creer que este hombrecito regordete que apenas podía saltar es considerado uno de los diez mejores futbolistas de todos los tiempos. Tenía una zurda poderosa hasta el punto de que los hinchas del Real Madrid lo pusieron “Cañoncito Pum”. Decían que era capaz de derribar un muro con uno solo de sus disparos. Jugó 84 partidos con su selección y completó la impresionante suma de 83 goles. Su extraordinario talento lo hacía una ficha fundamental, y es por eso que los húngaros siempre se lamentarán que ese maldito tobillo se hinchara justo en pleno mundial. Pero él no era el único crack con que contaba esa delantera. A su lado estaba Kocsis, más conocido como “El hombre de la cabeza de oro”, por su poderío aéreo. Su promedio de goles supera incluso al de Puskas ya que convirtió 75 tantos en 68 partidos. El tridente ofensivo lo completaba el escurridizo delantero Czibor.


Su entrenador Gustav Sebes fue el primer hombre que empleó lo que 20 años después le sería atribuido a Holanda: la concepción del Futbol Total. Sebes utilizaba el 4-2-4 un sistema revolucionario para su época donde todos colaboraban cuando no se tenía la pelota y todos se desdoblaban cuando pasaban al ataque. A Sebes le gustaba hablar de que su selección practicaba un “Futbol Socialista”.


Los antecedentes no jugaban a favor de Alemania. En fase de grupos del mismo mundial había perdido con Hungría por 8 a 1. Todos temblaban cuando tenían al frente a los magiares magníficos, todavía estaba fresca la goleada que habían obtenido en Wembley contra la poderosa selección inglesa a la que le convirtieron 12 goles en dos partidos. La confianza del pueblo húngaro a su selección era ilimitada. La conquista de la copa del mundo sería el bálsamo que necesitaba un pueblo golpeado por la humillación que representaba sentirse un satélite de la Unión Soviética. En el fútbol había encontrado el papel que les negaba la vida real. Tal vez si al frente no hubieran tenido a Alemania y su, ya reconocida, fortaleza mental lo habrían conseguido a media maquina.


La noche previa al partido un aguacero azotó a Berna. Otra vez la lluvia jugaba un papel fundamental en la historia de las batallas. Cuando reconocieron el campo el entrenador alemán Herberger le decía a su capitán “Está el campo como a ustedes les gusta”. Los alemanes querían que el terreno estuviera mojado ya que Ali Dassler, el patrón de la recién fundada empresa Adidas, había equipado a los alemanes con botas más ligeras, dotadas de tacos ajustables. Según Kevin Connoly en su Historia del fútbol europeo “Sólo tuvieron, pues, que ajustar tacos largos que le permitieron disfrutar de una mejor sujeción sobre el césped”. Los húngaros en cambio llevaban botas antiguas, con tacos de longitud fija. A esto había que agregarle que para llegar a la final habían tenido sendas batallas contra Brasil en cuartos y Uruguay en semifinales, llegando a tener con los últimos campeones mundiales un épico partido que llegó a necesitar prórroga. Los magiares terminaron ganando pero llevaban el lastre de tener a hombres cansados, además Puskas estaba en duda por culpa de su inflamación en el tobillo. Tenía que decidirse si se podía alistar en la final o no ya que en ese entonces no estaban reglamentados los cambios. Al principio parecía que habían optado por la decisión correcta ya que con dos goles suyos los húngaros se fueron arriba dándole la razón al periodismo especializado y al propio público que los daban como favoritos absolutos.


Pero con el correr de los minutos apareció algo que jugó a favor de Alemania y fue la jerarquía, el peso de la historia. Con un equipo inferior remontó un partido que estaba perdido, una copa que parecía tener grabado el nombre del ganador pero Alemania pudo con eso y consiguió lo improbable.


Han dicho que ese día además de que los alemanes contaban con los nuevos guayos Adidas, también iban dopados. El propio preparador físico del equipo confesó poco antes de morir que los había inyectado. Eso poco, o nada, importa pues fue el principio del reverdecer futbolístico de un pueblo y del declive definitivo de otro.
 
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